ART & CUENTO CORTO
Te encantaban mis pechos
María de J.
Desde el primer momento en que nos vimos, tu mirada navegaba desde mis ojos hasta mis pechos. No los tenía muy grandes, apenas una 90, así que nunca había supuesto que pudieran encandilar a un hombre de la forma en que te encandilaron a ti.Cuando ya fuimos pareja, me contaste que lo que te gustaron fueron mis pezones, tan grandes comparados con las manzanas de media copa de mis pechos aún turgentes. Mis pezones eran como pitones que te animaban a embestirme, me dijiste.Esos días, ya habías tomado por costumbre saludarnos siempre a los tres: me besabas en la boca, y después me mordisqueabas cada uno de los pechos.Era nuestro saludo secreto.Mis pechos eran como nuestro bebé, el que nunca compartimos.Cuando regresabas de viaje, siempre me traías de regalo un sujetador. Me enseñabas su caja, yo me iba a cambiar al servicio del restaurante donde estábamos cenando y los dos ya sabíamos cómo iba a terminar la velada: haciendo el amor como locos con el sujetador nuevo puesto. Después, cuando te fueses a correr, sólo entonces, me lo apartarías de un mordisco y eyacularías en mí mientras me mordías un pezón.Mis pechos también sabían echarte de menos ellos solos. Si pasabas más de dos semanas sin venir, empezaban a dolerme, como si fuera a venirme la regla o como si estuviese embarazada. Dolían como duelen cuando están llenos de leche y reclaman la boca del recién nacido que les vacíe y les conceda consuelo.Durante la noche, cuando me acariciabas aun dormida, eran ellos los que traicionaban mi deseo, erigiéndose en jueces del momento y condenándome a ser tuya aunque me reclamase el sueño.Por eso, cuando empezaron a dolerme sin tu ausencia, sospeché que algo no iba bien.La segunda vez que no me los mordiste mientras te vaciabas en mí, supe que no eran imaginaciones mías, aunque tú me llamases loca.Mientras le pagaba al detective al que le encargué que te siguiera, me di cuenta de que había elegido de toda la guía al único que se llamaban Senén, tal vez porque me recordaba a tu semilla mojando mis senos, como tantas veces te había gustado hacer.De todas las fotos que me enseñó, la que me dolió de verdad era en la que le mordías un pecho por encima de la tela.No me extrañó que te gustase ella, no vayas a creer. Tenía un escote al que yo misma me hubiera vuelto a admirar si me la hubiese cruzado en el supermercado y no en tu cama.Te invité igualmente a una cena especial de San Valentín. No esperaba que acudieses, pero te hubiera extrañado que no cocinara para nosotros, como había hecho los últimos años, así que te envié un sms invitándote.Supongo que sería porque firmé el mensaje como si te lo hubieran enviado tus pezones favoritos por lo que acudiste.Durante el primer plato, sólo tuviste ojos para ellos. Mi vestido escotado invitaba a mirarlos, pero supongo que igualmente no me habrias mirado a mí a los ojos esa noche, ni ya ninguna otra. Yo estaba distraida, de todas formas, el menú de esa noche había requerido toda mi concentración.El segundo plato te lo serví en albornoz.Me miraste por primera vez, y supongo que algo debió extrañarte en mi cara, porque ya tenías una mueca de horror antes de levantar el cubrebandejas y descubrir que el último plato que tú comerías en mi mesa eran mis pechos, recién cortados, y apenas pasados vuelta y vuelta por el grill, como a ti te gustaba todo…poco hecho y en su punto de amargura.
.
.
.
.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home